Es bien sabido que las formas externas de las personas expresan sus características interiores; aquéllas se ven, éstas no. Si mi interior está desordenado lo más probable es que mi apariencia exterior lo refleje: poca higiene, rostro desaliñado, ropa descuidada. Pero si estoy bien por dentro me será lo más natural estar limpio, bien vestido y con buen semblante. Y es que, lo queramos o no, siempre evidenciamos de alguna manera lo que tenemos dentro. Y un elemento que utilizamos para mostrar nuestro interior es la vestimenta. Con la ropa que escogemos usar podemos mostrar respeto ante una realidad externa a nosotros (una persona, una fecha, un evento, etc.). Con la vestimenta que llevamos mostramos qué tanto nos hemos preparado para una de esas realidades y qué tanto nos interesan o nos generan respeto.
Con el tiempo cada sociedad ha construido los protocolos que dicen qué vestimenta es correcta para cada situación. Nos ha quedado claro que para una entrevista de trabajo la vestimenta elegante es obligatoria, lo mismo que para una boda, una reunión con alguna alta autoridad o para las funciones de ópera. Mostramos mucho respeto ante un difunto y sus deudos yendo a un funeral con ropa elegante. Si vamos a una fiesta lo que buscamos es sentirnos cómodos con la ropa; para el deporte se hicieron las zapatillas, las camisetas, los pantalones cortos. El bombero usa ropa especial en su trabajo, lo mismo que el médico. El personal militar tiene un uniforme para las prácticas, otro para almorzar, otro para salir del cuartel, porque cada situación es distinta y merece un respeto distinto, hay disciplina de por medio, es lo correcto. Ridículo el anciano que se viste como adolescente o la muchacha que se arregla como abuela. Cada situación tiene una vestimenta adecuada para ella, con la que mostramos nuestro mundo interior y el respeto que nos genera esa situación.
Los católicos sabemos que en cada partícula de pan y en cada gota de vino consagrados por el sacerdote están el sacratísimo Cuerpo y la bendita Sangre del Señor Jesús. Durante 2000 años la Eucaristía ha sido, es y será lo más sagrado que podemos tener en esta vida. Inmenso, imposible de consolidar, es todo lo que los santos (Romanos Pontífices, obispos, sacerdotes, cardenales, religiosos, monjas, Padres y Doctores de la Iglesia, laicos, etc.) han escrito sobre la grandiosidad de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Dios hecho pan y vino, anticipo de las realidades eternas, fuente y cumbre de la vida eclesial, el Cordero que quita el pecado. ¡Sea por siempre bendito y alabado mi Jesús sacramentado! El corazón humano no deja de agradecerle a Dios Amor tan excelso regalo.
Ante tan inmerecida grandeza que Dios le ha dejado a su Iglesia, sus integrantes buscamos ser siempre dignos de ella. Bien sabemos que desde los inicios del cristianismo la Iglesia, en palabras del apóstol San Pablo, exhorta a estar bien preparados para recibir la Comunión Eucarística; quien comulga el Cuerpo y Sangre estando en pecado come su propia condenación. Hay que tener la actitud interior (de fe, esperanza y amor inacabable) y un estilo de vida que nos permitan acceder al sacramento. Y en lo externo también buscamos estar a la altura. El sacerdote usa ropas especiales, sagradas, para celebrar la misa y para exponer el Santísimo Sacramento. Los ritos son muy hermosos y los objetos que se usan en la misa y en la adoración eucarística son muy prolijamente preparados y cuidados. Porque la Eucaristía nos genera el mayor de los respetos, nos conmueve, nos dobla las rodillas.
¿Por qué, entonces, la mayoría de las veces nuestro vestir en la sagrada misa no expresa el respeto que le tenemos a Jesús Eucaristía? Ante tan excelsa presencia deberíamos prepararnos interior y exteriormente. Nuestra apariencia externa debe estar a la altura (en lo posible, pues somos enanos ante la gigantez de Dios) de la experiencia que celebramos: la misa. Pienso que los católicos debemos ser especialmente cuidadosos de la forma como nos aseamos y vestimos para ir a misa. Vestirnos bien para ir al sacrificio del altar es vestirnos para Dios, y debe expresar el amor que le tenemos (sobre todas las cosas y personas) y el respeto que nos genera. Y no estoy pensando en los católicos “de domingo” (aquellos que no tienen aún mucho interés verdadero por una vida cristiana coherente, radical, hasta la santidad); pienso, por el contrario, en los católicos “practicantes”, los que tenemos las cosas más claras, los que llevamos buen tiempo queriendo ser santos. Hay entre nosotros, hombres y mujeres, el hábito de ir a misa mal vestidos. Hacemos un esfuerzo en la vestimenta en matrimonios, en misas celebradas por obispos u otras ocasiones especiales, pero a la misa dominical usualmente vamos como si fuéramos a un parque u otro ambiente lúdico.
Se ha metido entre nosotros un criterio que dice: “hay que ser connaturales con las personas que nos ven, no hay que parecer exagerados”. Y así terminamos yendo a la misa en jean (casi siempre desteñido), zapatillas o sandalias, camiseta, etc. Y en verano inclusive utilizamos pantalones cortos. Hombres y mujeres vamos gritándole con nuestra ropa a los demás que Jesús Eucaristía nos despierta tanto amor que nos vestimos así para Él. Parece que nos preocupa más agradarle al mundo (“hay que ser connaturales”) que agradarle a Dios. Sí, a Él le gustan los corazones puros y las obras de caridad, pero quien vive esto también se preocupa de vestirse bien para Dios, para sí mismo y para los demás. Parece que nuestra comodidad está por encima del sentido común y del respeto que merecen Dios y todo lo sagrado. Ciertamente el hábito no hace al monje, pero lo identifica y evidencia disciplina.
Defiendo que a celebrar el Banquete Pascual debemos ir con la vestimenta adecuada. Y los varones podemos mostrar respeto usando camisa, pantalón de tela y zapatos (no zapatillas ni sandalias), todo de colores sobrios. Lo mismo en invierno que en verano. Y las damas, pues creo que los pantalones (o similares) apretados no encajan en el concepto de sobriedad y recato. Que Dios y los demás vean que nos hemos preparado interior y exteriormente para la misa; así se evangeliza mejor que siendo “connatural”. El mundo requiere gente que le hable de Dios, gente que muestre respeto interior y exterior a lo divino, pero si esa gente (nosotros, los cristianos) no está a la altura ni por dentro ni por fuera pues la semilla no será bien sembrada. Y si alguien se va a alejar de la Iglesia porque nos ve bien vestidos para la misa pues no está preparado para entender lo que es la Fe, quizás quiere un Evangelio que se adapte a él y no al revés. Vistiéndonos bien seremos buen ejemplo para los hermanos en la Fe y evangelizaremos mejor.
También debemos cuidarnos del "formalismo" que nos lleva a preocuparnos excesivamente de las formas externas descuidando el interior. Que Dios nos libre también de esto. Y que nos libre también de corregir sin caridad a quienes no llevan las formas exteriores adecuadas; solo Dios conoce las razones que explican cada conducta. Puede haber razones impuras o también ignorancia, pobreza material, un imprevisto, un mal momento anímico o espiritual, etc. Si hay que corregir que sea sin fariseísmos.
Exhorto, entonces, a todos los católicos a que usemos siempre la ropa apropiada para cada situación y que a misa vayamos muy bien vestidos, con respeto y decoro, como lo harían Santa María y San José. No pongamos excusas, exijámonos.